Pocas veces se ve lo que yo vi. Y pocas veces lo que se ve coincide con la idea que tenemos de lo que se ve.
Sentado en una banco del vestuario, un viejo (un septuagenario, para hacer una aproximación más precisa) daba rienda suelta a sus expresiones cotidianas: “Puto de mierda”, le maulló exageradamente, y en tono de evidente jocosidad, al empleado del vestuario cuando éste pasaba frente suyo. El empleado no emitió respuesta. Tampoco el viejo pareció esperarla. El viejo continuó emitiendo un merecido insulto hacia cada sujeto al que se dirigía: los diputados de la Nación, los empleados del subte, y hasta hacia la maldita suerte que determinó que sus ojotas cayeran demasiado lejos del lugar donde él se encontraba sentado, implicándole el adicional esfuerzo de estirar su cuerpo más de lo acostumbrado. Parecía en su salsa, en su salsa de crema cortada, cuajada por el transcurrir de un tiempo que olvida comunicar fechas de vencimiento.
En un determinado momento, levantó su nalga del asiento y pudo escucharse el estrepitoso sonido emitido por su culo. El culo del viejo. A esta manifestación escatológica la acompañó de un lírico y grotesco “¡Qué lindo pedo!”. Nadie a su alrededor parecía querer ser parte de esa escena. Todos los demás hombres presentes en ese vestuario de hombres parecían no querer hacerse eco de esas manifestaciones tan típicamente viriles como difíciles de encontrar.
Por último, sin permitir que los auriculares de su radio se escaparan de sus oídos, el viejo se las ingenió para sacarse el bermuda y ponerse una malla de igual color que el bermuda. Tomó su toalla, se puso las ojotas y salió del vestuario de hombres entonando una puteada perfectamente articulada.
domingo, 15 de mayo de 2011
sábado, 7 de mayo de 2011
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