Me gusta observar a la gente. A veces me gusta sentarme en un bar, en una mesa al lado de la ventana y mirar a la gente pasar: caras en movimiento que pasan mirando hacia adentro, buscando una cara quieta que observar, caras fugaces que espían de la forma absurda en la que un niño comete un acto prohibido. A veces, incluso, me concentro en parecer atento en algo propio, en aparentar indiferencia en el afuera, y me gusta, sin embargo, percibir aquellas caras en movimiento que pasan buscando la intimidad del otro, esa intimidad particular que tiene la gente en los bares, cuando el afuera le es indiferente. Esas caras pasan y yo atento a mi libro, al diario, al televisor enmudecido... Esas caras ven, y yo sé que ven. Me gusta eso. Siento confianza con esas caras, siento complicidad, pero una complicidad de la que no se han percatado, porque es innecesario que lo hagan.
De poder hacerlo, recordaría todas esas caras, para alegrarme al volver a cruzarlas un día. Pero no puedo, porque hay demasiadas caras en esta ciudad, y demasiados bares, y demasiados "afueras" para abarcarlos a todos. Y eso es maravilloso.
jueves, 10 de marzo de 2011
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1 comentario:
Imaginate lo que sería recordar todas las caras. na vez en retiro me volvi loco solo de mirar tantas caras, casi siempre te hacen acordar a alguien y me quemaba la cabeza.
Muy lindo texto, señor Radovich, siga así.
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